Curra - Casi 40 y buscando Bebé
Ese ha sido el grito de guerra de mi cuñada (sufridora de un tratamiento idéntico hace años) desde el momento en que me embarqué en la Fecundación In Vitro.
Para mi mente, acostumbrada a ser mujerpulpoyolohagotodo no suponía un gran trauma inicialmente.
No hay problema. Si es sólo un pinchazo. Así que anoche me plantifiqué en el baño y empecé a sacar todas los medicamentos y a colocarlos uno por uno en la encimera. Revisé cien veces los prospectos e indicaciones de uso. Me lavé las manos y me puse a ello. Debo confesar que mientras abría los viales, para mezclar líquido con polvo, empecé a sentir un hormigueo en el estómago. Pero preferí ignorarlo; la novedad, sin duda. En ese momento apareció mi marido para ver si podía ayudarme y por supuesto le dije con total seguridad que no era necesario. El me miró sonriendo, como siempre hace cuando mi tozudez me posee y se quedó en segundo plano.
Ya tenía todo preparado, la inyección llena con todo el tratamiento, las burbujitas de aire quitadas y la aguja preparada con una diminuta gota resbalando por el exterior. El momento había llegado.
- ¿A la derecha o a la izquierda? –le pregunté a mi marido inyección en mano.
- Da igual porque mañana te tocará el otro lado –contestó.
Asentí con resignación y pellizcando mi piel a diez centímetros por debajo del ombligo (y a la derecha) clavé la aguja. Decir que clavé es tal vez concederme demasiado mérito, porque al no calcular la fuerza la dejé medio dentro, medio fuera. Petríficada, dudé por un segundo ¿qué debía hacer?… la vuelvo a sacar? O la meto más a fondo?
Pinché más a fondo. En ese momento mi marido que no podía seguir manteniendo la distancia conmigo se acercó y me dijo:
- Espera, espera que te ayudo...
Por supuesto, a pesar de que el cuerpo me pedía darle la razón, mi boca dijo: no, no si yo puedo. Y empecé a intentar que el émbolo entrara. Buff, supongo que todo esto que os cuento fue cuestión de segundos pero en ese instante en el que una inyección cuelga literalmente de tu cuerpo, los segundo pasan extremadamente despacio. Mientras el tratamiento entraba mi marido preocupado me preguntaba ¿qué sientes? Te duele?
- Mmmmm – creo que acerté a contestar y saqué la aguja por fin.
Ya está. Todo había terminado. Respiré hondo y me miré al espejo. Estaba pálida, muy pálida y con la boca seca le dije: creo que me voy a tumbar a la cama un segundo.
El me acompañó y estuvimos un rato acostados hasta que recuperé el color.
- ¿y mañana?
- pues mañana… tal vez me podrías pinchar tu??